miércoles, 9 de noviembre de 2011

mi gato loco







 


Lo he calumniado. Le he llamado el gato loco; 
he dicho que necesitaba un psiquiatra. 
Me he burlado de él torpemente.

En cuanto empieza a oscurecer, 
mientras la gata se acomoda en los sillones de la sala, 
el gato bizco comienza su ronda nocturna: 
da doce o quince vueltas alrededor, 
dentro de mi cuarto, pegado a las paredes, 
debajo de la cama, detrás del buró, 
con un itinerario fijo e insistente; 
luego sale al patio y se pasa toda la noche, 
pero toda la noche, 
dando vueltas y vueltas, 
maullando quedamente, lastimeramente, 
a un ritmo preciso, como buscando algo, 
alguien, tenaz mente. 
El paso es veloz, su actitud alerta, inquisitiva.
A las siete de la mañana, 
más o menos, se viene a dormir. 
Y así todos los días. 
Me preguntaba si se sentía prisionero, 
angustiado o qué. 
Hoy me he dado cuenta que es sólo un oficio: 
él patrulla la casa contra fantasmas, 
malas vibraciones y extraterrestres.
De aquí en adelante 
le llamaré el patrullero de la noche, 
el vigilante del amanecer.

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